domingo, 6 de abril de 2008

fausto

Con cualquier traje sufriré la pena
de la estrechez de la vida terrenal.
Soy demasiado viejo para limitarme a jugar
y demasiado joven para morir sin deseos.
¿Qué podrá ofrecerme el mundo?
«¡Renuncia, tienes que renunciar!».
He aquí el precepto que continuamente resuena en nuestro oído
y que cada hora repite con ronca y acompasada voz.
Por la mañana me despierto sobresaltado,
y con razón podría llorar amargamente
al ver que el nuevo día sigue con rapidez
su camino sin dejar satisfecho ninguno de mis deseos;
al ver que con su curso ahoga toda esperanza de felicidad,
y que, con la ayuda de los ridículos y cómicos actos de la vida,
hace desaparecer cuantas agradables creaciones
buscan un albergue en mi mente.

No hay comentarios: